4 de agosto de 2002, charla matutina, Centro Lighthouse Oregon
Cuando vamos a Dios, nos encontramos en su regazo. Su amor esta ahí; su corazón esta ahí, su compasión está ahí, su suavidad y ternura están ahí, y nos sentimos parte de su propio ser, ya no nos sentimos separados de Él. Hay un flujo continuo de elíxir y nosotros seguimos disfrutándolo, totalmente absortos en él. Es tan sabroso y el corazón se encuentra tan receptivo, que se absorbe totalmente en este flujo y nos igualamos plenamente con Él. Es un flujo constante y continuo. El suministro es continuo ya que el proveedor siempre está ahí. Jamás hay peligro ni llega tampoco el momento en que seamos separados o alejados. Estaremos plenos. Mientras más sintamos este flujo de amor dentro de nosotros, mayor será nuestra sed, más sed sentiremos. Cuando deseamos algo dulce, realmente disfrutamos de su sabor. Una vez que estamos llenos y satisfechos, perdemos el deseo de ingerir más, incluso perdemos el gusto por ello.
Conforme vamos obteniendo este alimento –“el pan de vida, el agua de vida”– nuestra sed y hambre también van en aumento. El abastecimiento va incrementándose en proporción semejante al aumento de nuestra sed y hambre, ya que el abastecimiento es ilimitado. Se nos da o abastece de acuerdo a nuestro deseo, a nuestra necesidad. Cuando Él así lo desea, el ducto que nos abastece aumenta, se hace más grande; y con ello, aumenta el flujo. El proveedor no tiene dificultad alguna para proveer y es capaz de proporcionar tanto como le pidamos. Él solamente